El futuro del planeta depende de nosotros
Siempre hemos tenido tendencia a pensar que tenemos el control sobre el medioambiente pero, de vez en cuando, llega una plaga o desastre natural y nos muestra lo débiles y frágiles que somos. Calor extremo, plagas de langostas, tormentas torrenciales, erupciones volcánicas, inundaciones devastadoras y pandemias de larga duración, ocurren cada vez con mayor frecuencia e intensidad. Entonces, ¿podemos de algún modo garantizar nuestro bienestar futuro?
Si algo nos queda claro es que nuestra forma de vida está afectando al entorno ecológico, desequilibrando un sistema natural perfectamente interconectado cuya complejidad aún no logramos comprender. Las consecuencias de estas acciones no son evidentes para nosotros y no podemos saber de dónde vendrá el siguiente golpe y cuál será su naturaleza.
Ciertamente, ni nuestro intelecto ni tampoco la ciencia llegan a captar la integralidad de la naturaleza. Por otro lado, los intereses económicos de las élites gobernantes van determinando –según lo que a cada uno le conviene– las acciones a llevar a cabo que afectarán a todo el sistema.
Y aunque hay muchas organizaciones que trabajan para reducir el daño humano sobre la naturaleza, esa actividad por sí sola sigue sin resolver el desequilibrio que causa las catástrofes ambientales. ¿Por qué? Porque nuestro problema va más allá de reducir el daño humano al medio ambiente. Lo que más destruye el equilibrio ecológico son las relaciones egoístas entre seres humanos, en otras palabras, todo lo enfocamos en beneficiarnos a nosotros mismos.
La naturaleza es un sistema conectado de forma integral que funciona jerárquicamente. Lo que sucede en un nivel del sistema acaba afectando a todos los demás. El ser humano está en el escalafón más alto y desarrollado dentro de esa jerarquía, y por eso su influencia sobre el medioambiente es la más fuerte.
Tanto con nuestras acciones como con nuestros pensamientos estamos alterando el equilibrio de la naturaleza
La relación del hombre con los niveles inferiores –inerte, vegetal, animal– así como en el propio nivel humano, viene determinada por los celos, el odio, la corrupción, el abuso de poder, la humillación… Por lo tanto, estamos alterando, tanto con nuestras acciones como con nuestros pensamientos, el equilibrio de todo el sistema de la naturaleza.
Cuanto antes seamos conscientes de esa imágen jerárquica en la que se organiza la naturaleza, antes lograremos identificar la raíz del problema y empezar a buscar soluciones. Y no deberíamos demorarnos porque, cuando el sistema comience a reaccionar de forma negativa a nuestras acciones, será el hombre quien sufra los peores daños.
Sabemos que la preocupación del ser humano se centra en sí mismo y en cómo puede explotar el entorno. Pero esta era en la que el mundo está tan interconectado nos apremia a realizar una transformación como seres humanos: empezar a funcionar como ese ecosistema integral y recíproco.
Viajamos todos juntos en un mismo barco. Podemos seguir boicoteándolo y hundirnos con él, o podemos cambiar nuestros pensamientos, acciones y deseos para que sean en beneficio de los demás y del medio ambiente.
Cuando empecemos a modificar nuestras conductas negativas y nos demos cuenta de que todos somos una valiosa pieza dentro un único mecanismo, comprenderemos que hacer el bien a los demás significa bienestar para todos.
Con esta nueva actitud, nuestra influencia sobre el sistema será beneficiosa y positiva. Y lograremos restablecer el equilibrio en todos los niveles naturales. Hoy somos destructores con la naturaleza, pero también tenemos el poder de repararla. El futuro del planeta depende de nosotros.
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