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Intentando algo diferente. Sonrisas y lágrimas. Y viceversa.


Hace solo una semana estaba en la guardería jugando y riendo con mis niños.

Me levantaba muy temprano para llegar un buen rato antes, así todo estaba listo para recibirlos cuando sus mamis nos los dejaban, yéndose tranquilas al trabajo, porque sabían que allí estaban a salvo y felices.


Pero hoy todo es diferente.


Quien iba a decir que un pequeño bichito iba a extenderse como una inmensa ola por todo el planeta, cubriéndolo de dolor y miedo, y cambiándolo todo.


Ahora voy camino al super a comprar para quedarme en casa con mi familia, y mientras camino, echo de menos a mis peques con sus babas, su lengua trapo, sus sonrisas, sus abrazos...


Nadie me mira a los ojos, todos van encerrados en su propio miedo sin querer que nadie les roce, que nadie se acerque. Los pocos que van juntos, solo hablan de muerte, de a quién conocen que está ingresado, de cómo su familia está en cuarentena, de qué va a pasar, del poco control que tienen los que decían que controlaban.


Nos creíamos tan listos, y este virus en dos días ha puesto en jaque a toda la humanidad, saltándose todas las fronteras que nosotros nos hemos inventado.


Estaba tan angustiada que me había parado en mitad de la acera sintiendo el pánico que me rodeaba.


Me dije, «no puedo controlarte “COVID”, pero sí a mi runrún mental».


Agarré el carrito y eché a andar.


Mi mirada se cruzó con la de alguien y entonces, no sé de dónde llegó aquel pensamiento: «Que alguien te abrace de verdad».


Me quedé muy sorprendida, pero me dije: «¿Qué pasaría si le dedico algo bonito a todo el que se cruce en mi camino? ¿Por qué no? Podría ser como un juego con mis niños.

Dicho y hecho. Según venían hacia mí, dejaba llegar el primer deseo que aparecía en mi cabeza, y lo dirigía a cada una de aquellas personas que, mirando a su alrededor con desconfianza, se cruzaban en mi camino.


Al principio fue difícil, todos parecían tan tristes y solitarios, que me costaba no dejarme llevar por el desánimo, pero poco a poco los deseos para ellos empezaron a fluir: que escuches una palabra amable; que te hagan reír; que tengas un plato de comida caliente al llegar a casa; que si lloras, sean lágrimas de felicidad; que sientas que alguien te quiere; regala una sonrisa.


Así, sin darme cuenta, había llegado al súper como en un suspiro.


Mientras echaba algunas cosas en el carrito, caí en que durante todo ese juego, no había pensado en mí en ningún momento, y ahora ya no estaba angustiada.


Sentí que, como una niña que se agarra a su osito de peluche sin querer mirar algo diferente, así había estado yo agarrada a mis propios miedos.

Pero ahora había encontrado algo que podía hacer, porque si, como dicen «el pensamiento crea», el mío había creado un deseo para todos los que se cruzaron en mi camino y, quién sabe, tal vez les había llegado al corazón.

Entonces me di cuenta de que estaba sonriendo.


Levanté la vista, y la señora que tenía enfrente se paró y me sonrió, y sentí una gran sensación de calor y emoción.


Al final, y a pesar del miedo, había llegado como un regalo aquella sonrisa compartida.


Mariángeles Restoy

InCírculo

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